La Patagonia y el sur de Mendoza presentan condiciones propicias para el cultivo por el bajo riesgo de enfermedades y plagas y la elevada radiación.
Si se analizan las últimas diez campañas agrícolas en la Argentina, es notoria la irregularidad de los rendimientos, con valores estancados. Tuvieron fuerte incidencia las sequías cíclicas, las plagas y la elevada presión impositiva, entre los factores más importantes. Si se pretende elevar la producción, existen tres posibilidades fundamentales, que tendrían respuesta inmediata: incrementar los rendimientos por unidad de superficie; incrementar el área sembrada, o, idealmente, incrementar las dos variables anteriores en simultáneo.
En cuanto a los rindes, la agricultura argentina se lleva a cabo basada en una excesiva extracción de nutrientes con muy baja reposición, lo que genera graves consecuencias a corto, mediano y largo plazo. Si bien se avanzó en genética, controles de plagas y enfermedades y en el manejo de las labranzas, los mapas de suelo/fertilidad muestran un deterioro progresivo, que se agrava año tras año. El uso de fertilizantes, no sólo para reponer lo que se extrae, sino para alcanzar niveles adecuados de nutrientes, repercutiría en un fuerte incremento de los rendimientos y una mejora de la salud de los suelos.
Con respecto al área de siembra, la información sobre zonas agrícolas por parte de organismos públicos y privados recorre desde Salta y Jujuy al norte, hasta la rivera norte del Río Colorado al sur, y desde Buenos Aires al este, hasta San Luis y La Pampa al oeste. Se asume que no existe más superficie agrícola que permita incrementar el área productiva, salvo la desforestación de zonas muy sensibles a la degradación, como el monte chaqueño, la zona de yungas o la selva misionera.
Sin embargo, de acuerdo con nuestros resultados, sumados a los generados por diversas instituciones, existe, aunque ignorada por los mapas productivos, una región que podría aportar más de un millón de hectáreas a la superficie productiva argentina. Río Negro, Chubut y Neuquén, junto con la zona centro sur de Mendoza, tienen los mayores rindes maiceros del país. Sus principales argumentos son el clima, la posibilidad que genera el riego y la carencia de plagas y enfermedades gravitantes.
La duración del día durante el ciclo del cultivo, la elevada cantidad de radiación recibida, la posibilidad de regar en función de sus requerimientos, y la calidad y cantidad de agua disponible sustentan esta macro región recorrida por los ríos Atuel en el norte, Neuquén, Limay y Negro en la zona central, y Chubut en el sur. Si bien toda esa superficie potencial no se dedicaría solamente a la actividad agrícola-ganadera, los resultados muestran que una hectárea de maíz bajo riego equivale a la producción generada por más de dos hectáreas en las mejores zonas maiceras de secano.
Los extraordinarios rendimientos que puede alcanzar el maíz en Patagonia, su relación indisoluble con la ganadería a través de la producción de grano y silaje de planta entera, y la posibilidad de alcanzar ese millón de hectáreas, marcan que es hora de poner la mirada en el sur. Se suma la posibilidad de incluir cultivos tales como el ajo y la cebolla en una misma campaña o en rotaciones. Corregir los factores limitantes como ineficiencias en el manejo del agua, adecuación de suelos postnivelación, políticas nacionales y provinciales pendulares, alto costo de los fletes, capacitación de los productores, permitiría desarrollar y promocionar la región.
Como valor agregado, la Argentina posee nombres que la referencian ante el mundo: la palabra Patagonia y otras asociadas servirían excelentemente como sustento para un marketing exitoso. Los registros de denominación de origen todavía están esperando. Además, la presencia de la barrera zoosanitaria a partir del río Colorado permitió que países como Japón, con exigencias sanitarias máximas a nivel mundial, abrieran su mercado a todo tipo de carnes provenientes de la Patagonia.
Queda claro que es posible romper el estancamiento productivo. Sólo falta que las partes involucradas se involucren verdaderamente.
Fuente: La Nación