La Argentina comienza a importar carne brasileña con impacto mínimo local

La Argentina comienza a importar carne brasileña con impacto mínimo local

Durante los primeros cuatro meses del año, Argentina comenzó a importar carne vacuna, principalmente desde Brasil, en un contexto de presión inflacionaria y estrategias para estabilizar precios. Esta medida, que involucra un volumen bajo en relación al consumo interno, ha despertado diversas interpretaciones dentro del sector cárnico, desde la preocupación por el impacto comercial hasta la expectativa de lograr cierta competitividad.

Un giro estratégico en el comercio de carne

Entre enero y abril de este año, Argentina importó 4717 toneladas de carne por un valor total de 18,7 millones de dólares. El dato, relevado por la industria frigorífica, marca un quiebre respecto al año pasado, cuando no se registraron importaciones en este rubro. Si bien el volumen representa menos del 1% del consumo total de carne vacuna en el país —estimado en unas 761.800 toneladas durante el mismo período—, no deja de ser una señal de cambio en las dinámicas del mercado.

Brasil fue el principal proveedor, aportando el 73,5% de la carne importada, seguido por Paraguay y Uruguay. Más específicamente, se compraron 3455 toneladas a empresas brasileñas, que representaron una inversión de 13,9 millones de dólares. Paraguay participó con 790 toneladas y Uruguay con 473 toneladas. Esta diversificación muestra que Argentina ha comenzado a mirar hacia los países vecinos como posibles socios comerciales para equilibrar su oferta interna.


¿Una amenaza o una solución de corto plazo?

A pesar de la atención que genera la apertura a las importaciones, expertos del sector minimizan su impacto. Según declaraciones de Miguel Schiariti, presidente de la Cámara de la Industria y Comercio de Carnes (CICCRA), la cifra importada es marginal y carece de relevancia económica significativa. Asegura que se trata de una maniobra puntual realizada por unos pocos frigoríficos que operan con capital extranjero.

Uno de los actores clave es Swift, del grupo Minerva Foods, de origen brasileño, que importó carne enfriada y congelada para la elaboración de hamburguesas y abastecimiento de supermercados. Según fuentes del sector, el grupo logró ingresar productos a precios sustancialmente menores que los locales: carne para hamburguesas a unos 700 dólares menos por tonelada, y cortes como nalga para milanesa a 1000 dólares por debajo del valor argentino.

Este diferencial de precios es uno de los motivos centrales que impulsan la medida. El objetivo es evidente: contener el alza de precios que afecta a los consumidores argentinos, especialmente en momentos de presión inflacionaria y pérdida del poder adquisitivo.


Reacciones dispares en la industria

La respuesta de los distintos actores del mercado ha sido diversa. Algunos sectores ganaderos y rurales expresaron preocupación por la apertura, especialmente por el precedente que podría sentar para futuras importaciones más masivas. Uno de los puntos de tensión es la región patagónica, libre de fiebre aftosa sin vacunación. Hasta ahora, está prohibido el ingreso de carne con hueso desde regiones del norte que sí vacunan contra la enfermedad.

Sin embargo, Brasil ha sido recientemente reconocido como país libre de aftosa sin vacunación por la Organización Mundial de Sanidad Animal (OMSA), lo que lo habilita a competir en condiciones sanitarias similares. Esto refuerza la idea de que, al menos en el plano regulatorio, no existen grandes barreras para que el comercio de carne entre ambos países se amplíe.

El Gobierno argentino, tras el rechazo de gobernadores patagónicos y de entidades rurales, decidió extender por 60 días la restricción al ingreso de carne con hueso a la Patagonia, lo que evidencia que la apertura genera tensiones políticas y económicas aún no resueltas.


Competitividad en juego

Uno de los argumentos más destacados por quienes apoyan esta medida es la posibilidad de forzar a la industria local a mejorar su competitividad. Así lo expresó Belisario Castillo, consignatario de hacienda y exdirector de Producción Animal, quien valoró positivamente la importación si se orienta a estabilizar los precios internos. Señaló que se trata de un cambio cultural similar al que ya experimentaron otros sectores como la avicultura y la porcicultura.

Además, Castillo remarcó que el problema de fondo no se resuelve cerrando fronteras, sino reformando el sistema productivo. Planteó que Argentina debe avanzar en la eliminación de retenciones residuales a la exportación y revisar costos vinculados a impuestos, logística y cargas laborales. En otras palabras, el desafío no está solo en lo sanitario o comercial, sino en las condiciones estructurales que dificultan competir con países como Brasil o Uruguay.


Importación para uso industrial y comercial

Es importante destacar que las importaciones no se limitan a frigoríficos que procesan carne. También hay operadores sin planta propia que adquieren cortes en Brasil para luego comercializarlos en zonas específicas, como la Patagonia. Esto sugiere que la estrategia no responde únicamente a grandes empresas cárnicas, sino que también involucra a intermediarios con foco en nichos de mercado.

Además, la mayoría de los productos importados están destinados a elaboraciones específicas, como hamburguesas, o a cortes puntuales con bajo margen de producción local a precios accesibles. Este tipo de maniobra no desplaza a la producción nacional, sino que la complementa, al menos en este momento de alta presión inflacionaria.


Exportaciones récord en contraste

Paradójicamente, mientras Argentina importa carne para cubrir algunas necesidades del mercado interno, continúa consolidándose como exportador de esta proteína. En 2023, las ventas al exterior de carne vacuna alcanzaron los 2972,2 millones de dólares, un 8,6% más que el año anterior. Este doble juego —importar para abaratar y exportar para generar divisas— forma parte de una lógica compleja que busca equilibrio entre rentabilidad y consumo doméstico.

Sin embargo, la contradicción también pone de manifiesto las dificultades internas del sistema productivo: altos costos, presión fiscal, y una infraestructura ineficiente que impacta negativamente en el precio final de los alimentos.


¿Una medida coyuntural o una tendencia en desarrollo?

La gran incógnita es si esta apertura parcial a la carne importada será solo una herramienta de corto plazo o marcará el inicio de una política más flexible y orientada a la competitividad. En un país históricamente autosuficiente en materia cárnica, la importación, aunque pequeña, tiene un fuerte valor simbólico.

Si se logra que esta medida contribuya a contener los precios sin afectar a los productores locales, podría verse como un recurso útil en tiempos de desequilibrio económico. Pero si las condiciones estructurales que hacen menos competitiva a la industria local no se modifican, es probable que la presión por importar crezca, con las consecuencias sociales y productivas que eso implica.

Fuente: America Malls & Retail

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